19.2.11

Con lo azaroso de la vida.



Ese chico de rojo que viene por ahí, caminando con prisa, ¿quién será? ¿De dónde vendrá? ¿Adónde irá tan desprovisto de nada? Parece tan sencillo. No sé nada de él, aunque en otras circunstancias habría podido ser, quizás, el amor de mi vida. La calle está vacía. De repente cruza una gaviota que me recuerda que el aire está impregnado de un maravilloso olor a mar. El chico será artista, ingeniero, fotógrafo, o a lo mejor, simplemente, vividor. Vivir del aire. En los bolsillos llevará tabaco, el móvil, las llaves, y una cartera con más bien poco dinero y un montón de recuerdos, fotos, quizás alguna declaración de amor. ¿Cuántos amores frustrados habrá tenido? El teatro de los balcones flanquea nuestro trayecto. Un canario canta. Una ventana desprende olor a paella de los domingos. El joven me mira y, probablemente, esté pensando algo también de mí. Creerá que soy una soñadora, una chica sin artificios, muy desaliñada, sin pareja y mucho menos hijos, por la ausencia de bolso, las llaves seguramente irán en el bolsillo, y el móvil en la mano porque espero una llamada, ¿la espero? Se oyen alegres conversaciones en la lejanía, la comida ya ha prendido los olfatos. El cielo no amenaza tormenta. Si ese chico y yo nos hubiéramos conocido en otra ocasión, tal vez, pero solo tal vez, nos habríamos besado, amado, casado, odiado, gritado, reconciliado, e incluso abandonado. Lleva una camisa rojo pasión. Parece un poco desquiciado pero alegre. No sé nada de él. Desde su posición el chico también me observa. ¿Qué estará imaginando? Que soy un sujeto insignificante, operado de apendicitis, con muchas letras por pagar de mi querida moto. Sin embargo, pude haber sido la mujer de su vida. Pude haberle llevado a la sierra al calor de una chimenea o a la playa a una colorida sombrilla. Por la empedrada calle el chico avanza hacia mí y yo voy hacia él. Finalmente dejamos atrás el último adoquín que nos separa. Los dos, al cruzarnos, nos respiramos profundamente, y al llegar cada uno a la siguiente losa, ya para siempre nos hemos olvidado. En la ciudad se huelen paellas de los domingos.