31.8.11

¿Cómo discutir sabiendo que no tengo la razón?

Siempre dijeron que era una chica muy pasional. Y como tal le apasionaba hasta discutir.
Si, discutir.



Le parecía que todo luego era más intenso. Los te quieros, los besos, los abrazos. Esos abrazos largos, tan largos que en las películas la imagen gira a cámara lenta alrededor para poder apreciar la intensidad del momento. Cualquier gesto impregnado de reconciliación es tan verdadero.

30.8.11

Preguntale si cambió el tiempo o sigue lloviendo.

Entonces leyó: "En el fondo el olvido es un gran simulacro, nadie sabe si puede aunque quiera olvidar"

Sigue pensando lo mismo que aquel día que llovía y se quitó el sombrero para que sus lágrimas pudieran confundirse con la lluvia.

22.8.11

Aunque me quede sin tu cuerpo y sin el cigarro de después II

Tic. El minutero se ha movido de nuevo. Ha pasado otro minuto. Esta vez me giro a mirar el reloj. Son las nueve. El día se despide.
Mi cigarro sigue consumiéndose. Le doy una última calada. Lo apago, y lo tiro por la ventana. Hacia Madrid. ¿Alguna vez habéis visto volar a la muerte? Yo sí. Y esta no fue la última vez.
Observé la cama de matrimonio. De repente alguien llamó a la puerta.
Siempre me he preguntado porque se llaman camas de matrimonio. El diccionario define matrimonio como la unión concertada de dos personas mediante determinados ritos o formalidades. Pero estas camas son las que tienen capacidad para dos personas. Da igual que éstas sean solteras o casadas, que lleven días o años…


Miré ahora hacia la ventana. No usaba cortinas, me gustaba mirar el cielo. Y esta vez el cielo estaba limpio. No tenía ni una nube. Me gusta el cielo despejado. Las nubes me recuerdan a ti. Al día que flanquearon mi paseo por la ciudad minutos después de que me dijeras adiós. No derramaron ni una gota, no lloraron nuestro adiós, y desde entonces las tengo mucho rencor. Siempre me gustaron los paseos bajo la lluvia.
Miré hacia la cama de nuevo. Me temo que esta noche también tendré que dormir sola.
En fin... Recorrí el pasillo hacia la puerta, sin poder quitarme mi cama vacía de la cabeza. Abrí.

18.8.11

Aunque me quede sin tu cuerpo y sin el cigarro de después I

Y entretanto, en la ventana, fumo un cigarrillo a solas. Mientras yo me mato, Madrid vive. Pienso... pienso, si quizás debo compartir la cama con alguien o quizás es mejor dormir sola.


Tic. El minutero acaba de moverse. Un minuto más. Un minuto más de vida para Madrid, y uno menos para mí.
¡Parece mentira! Hace diez minutos que he subido las escaleras de mi casa. Nueve que he abierto la puerta y he abrazado a mi gato. Ocho que he empezado a andar por el estrecho pasillo a la vez que me iba quitando la ropa. Siete que me he tirado bocarriba en la cama a pensar en... ¡no me acuerdo qué!
Malditas costumbres. Lo único que no he hecho esta vez es ponerme el pijama. Ese que tanto abriga en las noches de soledad y silencio.
Hace ya cinco minutos que me he arrimado a la ventana con 10 mg de alquitrán, 0.8 de nicotina y 10 de dióxido de carbono. Saco un cigarrillo y me lo echo a la boca. Parece que los avisos de muerte en el paquete no funcionan.
Pienso. Interrogaciones asaltan una y otra vez; procuro sacudírmelas de encima, aturdirme para no pensar, pero vuelven con insistencia tras breves momentos de tregua, calada tras calada. ¡Y menos mal que vuelven! Porque si no lo hicieran sería señal de que el “Fumar mata” no ha servido más que para asustarme, de que ya estoy muerto en cierto sentido, de que no soy capaz más que de esconder la cabeza entre las sábanas de mi cama vacía. Pensar. Eso equivale a querer estar verdaderamente vivo. Vivo frente a la muerte, no atontando ni anestesiado esperándola.