20.4.11

Privilegios. De ello nutriremos el resto de nuestra vida.

Soy una privilegiada que, poco a poco, mejoro el aprecio a los privilegios que subsisten y a aquellos que descubro con el tiempo. Disfruto más que nunca cuando tengo unos minutos con un amigo, una comida, una cerveza y una conversación. Me despierto y levanto la persiana. Qué bien, llueve. Qué bien, hace sol. Qué bien, me he despertado y he descubierto un hogar. Tengo sábanas de las que desenredarme y cama de la que salir para dirigirme a la ventana y sorprender un nuevo día. Estas cosas las pienso mientras mi mente también disfruta de otras. Qué aprenderé hoy, a quién me cruzaré hoy, qué me sorprenderá hoy.

Pero lo que más disfruto, lo que me agrada profundamente, es cuando, atardeciendo ya, salgo a la aira de nuestra casa de Galicia, en la que tengo el privilegio de pasar veranos, bueno, e inviernos, y me dispongo a realizar la privilegiada ceremonia de retirar la ropa limpia que durante el día se ha ido secando en el tendedero. Primero de todo miro a mí alrededor. Galicia, verde, exuberante, natural. Qué suerte, está nublado, mañana estará todo regado de un maravilloso olor a naturaleza húmeda. O qué suerte, el cielo está limpio, se ve la luna.

¿Y tú qué vas a saber de la Luna si solo te fijas en las estrellas?


De modo que, lentamente, disfrutandolo, quito las pinzas y las pongo en su bolsa, que cuelga de la rama de cualquier árbol cercano; agarro las piezas de tela y las abrazo, hundo el rostro en su tacto cariñoso y aspiro el perfume del jabón. Me quedo un rato así. De niña mi abuela me mostró lo que era abrazar una prenda a la que el sol y el aire habían hecho justicia; en aquellas lomas anchas, doradas por el sol, la sombra no era presencia permanente, y la ropa limpia siempre estaba ardiente. Este aroma, este tacto, del que conseguí gozar con el paso del tiempo, me recuerdan que pudo no haberse conseguido, que pudo, como a muchos, no haberme deleitado. O haber regresado tarde a él. Como ha ocurrido a tantos a lo largo del tiempo, como está ocurriendo, por desgracia, muchos se abandonan y, quizás, cuando vuelven, es tarde. O por lo menos, tiempo perdido.

Me quedo un rato abrazada a la ropa limpia, contemplando las estrellas o su ausencia, disfrutando de mi privilegio. De ese atardecer empapado de un fantástico olor a jabón.

Nos vamos haciendo viejos, mientras el mundo, que ya lo es, y mucho, torna cada vez más frágil, y lo único que puedo hacer es gozar de mis momentos - como la ropa tendida al sol, pero ya con muchas lavadas encima-, de la consciencia que afortunadamente aún me habita para ello. Recorro el camino del prado de vuelta a casa.

No tengo soluciones ni respuestas para lo que nos acongoja día a día, lo digo una y otra vez, pero como mi tendedero de la ropa, siempre hay un lugar en el que hundir el rostro y respirar la brisa. Una forma de detener el tiempo y de contemplar la noche, majestuosa, y de saber que, aun ignorando lo que nos deparará el día, y aun a sabiendas de lo que carga la espalda, huele bien.

Privilegios.

6 comentarios:

  1. Guau (no tengo nada más que decir)

    Ah bueno si, ¿qué es una aira?

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  2. No sabía que me leías Jozelito ;)

    La aira es el prado que rodea a todas las casas en Galicia, ¡lo que te pierdes por no visitar Galicia!

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  3. Morriña por no haber podido ir a Galicia de relax eh ;)
    Dale duro a esos estudios, ¡que no te queda nada pipa!
    Un biquiño.

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  4. Te envío un beso mecido por la brisa del mar mediterraneo , con cariño desde VLC.

    ;)

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